El periodista “tamagotchi” es uno de los productos de las redes sociales.
Se trata de zelotes, por lo general instalados en la mediocridad, que no aspiran a escribir una columna, irse a buscar la noticia con un casco y un chaleco antifragmentos o simplemente salir a pasear las almorranas de su manoseado sofá para hacer una entrevista seria y diligente.
Su espíritu crítico no pasa de 280 caracteres, que suelen finalizar con la palabra “vergüenza”. Viven del “like” (de ahí su apodo), del retuit o de que alguien les insulte, porque eso aumenta las visualizaciones y genera, no lo olvidemos, ingresos por tuit.
El odio y el caos son su hábitat y si estos no existen se encargan de generarlos en perfecta sintonía con algún político tamagotchi de su cuerda, que se han aficionado a emplear artes similares.
En ocasiones se victimizan y reclaman cariño, caricias y reconocimiento porque alguien muy perverso, deshumanizado y brutalmente ideologizado les ha dado un revolcón. Las caricias también pasan por caja.
Los hay de toda ideología y opinión, si es que disparar mierda se puede considerar como opinar, y su único objetivo es crear un mundo mejor….para ellos mismos, claro.
Este tipo de actitudes están generando una polarización muy peligrosa. Si no tienes un amigo que piense diferente, con el que poder debatir serenamente y con el que compartes otras muchas cosas; jamás podrás crearte opiniones fundadas.
Si no se alimenta al Tamagochi este desaparece, se convierte en un artefacto inservible, prescindible y sin vocación de reciclaje. Un producto desbordado por la moda siguiente.
Y hasta aquí mi reflexión dominical, ¿por qué alimentamos tamagotchis?
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